Sí, es cierto, muy cierto que hace mucho tiempo lo hago.
A Mamá Ofe y a Papá Simón les decía: Mano.
Tal vez, a principios de los años sesentas, descubrí un programa de radio: “La Tremenda Corte”, por supuesto, con “Tres Patines”. Él, “Tres Patines”, le llamaba a su novia “Cucusa”. A Sara Esther, le llamé algo parecido: Pupusa.
A Laurita, Laura Irene, mi primera hija le llame igual: Pupusa. A mi segundo hijo, Rubencito, Rubén David le llamé: Grillo. Al tercero, César Edgar, le llamé: Eddy, creo que es de los menos peor…
A Virginia, Vicky, le llamé: Viyi, Viyi, Viyi, para después cambiarlo por: Viyipú.
A mi hija Adriana, le llamé Adiposa y después Addy, también de los menos peor… A Citlali del Rocío, mi otra hija, le llamé: Agujeta (ya le decían Pollo y le seguimos diciendo).
A mi hijo César, le llamé: Cheto, aunque ya tiene un sinfín de derivados: Chetón, Chetín, Toche, Chetonil, Chetónico, Chetón Bombón, Chetín Bombín, Chetínico.
A mi hija Ana Ofelia le llamé: Pelusa y también –igual que Cheto- tiene muchos derivados: Pelus, Pelocha, Peluchín, Pelucha, Peluchina, Peluchón, Peluche. A más de los diminutivos.
Después, a César, le puse Peluso… Y a Ana Ofelia Cheta… También con todos sus derivados.
Y además, continué con mis nietas. A Andrea Paulina le llamé: Monis y después, Monis Monita.
A Brenda Gabriela, le puse Gomita. Y por último, a Sheila Alejandra, yo le llamé Chila.
Parece ser que hay un mínimo contagio: Cheto me llama Mano, Manito o Mano Manito.
Estoy totalmente seguro que lo hace con mucho respeto y amor hacia mí.
Y es por demás decir –pero lo diré- que yo les llamé, les llamo y les llamaré así por todos y cada uno de mis días, con mucho pero mucho amor, y con mucho pero mucho respeto.
Antes –y tal vez aún- eran o son sobrenombres, eran son apodos o alias. En mí nunca lo serán, nunca lo han sido. Simplemente son unas formas de amar…
Los sobrenombres –éstos- no son tales, se cambiaron por amor, se cambiaron con amor…
Los tiempos cambian…